Introducción 2005
(inacabada)



Todos ellos trataban de demostrar que el hombre, gracias a su inteligencia superior y a sus conocimientos puede suavizar la dureza de la lucha por la vida entre los hombres pero al mismo tiempo, todos ellos reconocían que la lucha por los medios de subsistencia de cada animal contra todos sus congéneres, y de cada hombre contra todos los hombres, es una "ley natural". Sin embargo, no podía estar de acuerdo con este punto de vista, puesto que me había convencido antes de que, reconocer la despiadada lucha interior por la existencia en los límites de cada especie, y considerar tal guerra como una condición de progreso, significaría aceptar algo que no sólo no ha sido demostrado aún, sino que de ningún modo es confirmado por la observación directa.

El apoyo mutuo,P. Kropotkin.


La selección natural ha servido, y sirve, para justificar la evolución. Es extraño que un mecanismo con tan escasas capacidades de describir procesos evolutivos sirva para justificar la evolución de la vida. La supervivencia del más apto quizá sea un concepto tan arraigado en nuestro interior que oscurece otros aspectos que también están presentes en la vida. La ley del más fuerte debe de haber convivido con nosotros durante demasiado tiempo.

Un individuo hereda un carácter que le hace más apto. Este individuo tendrá más posibilidades de desarrollarse y reproducirse, y con el tiempo desplazará a los otros miembros de su especie que no son portadores de ese carácter”. Así las especies se adaptan mejor al medio, ganan en eficacia, evolucionan. Esto que puede sonar tan coherente e intuitivo contradice lo que podemos ver, si miramos, a nuestro alrededor. ¿únicamente vemos en la organización de los seres vivos competencia y lucha? Pongamos el ejemplo del buey almizclero. Si los progenitores de buey almizclero defienden a sus crías, las crías de aquellos progenitores más fuertes y capacitados tendrán más posibilidades de sobrevivir, y como éstas crías heredan la fortaleza y aptitud de sus progenitores, con el tiempo, la especie del buey almizclero será más fuerte y capaz. Esto puede ser muy razonable, pero la historia es mucho más humana. El buey almizclero vive en manadas que según las épocas pueden superar los cuatrocientos, quinientos ejemplares. Los bueyes almizcleros cuando se sienten amenazados forman un círculo mirando todos hacia el exterior haciendo, todos, frente al peligro y manteniendo a las crías protegidas en el centro de ese círculo. En este ejemplo (que es sólo un ejemplo. La cooperación, el mutualismo, la interacción inunda la biología de los organismos, su desarrollo y su evolución) no sirve la traslación directa del principio de selección natural, habrá que buscar el por qué los bueyes azmizcleros han evolucionado en el sentido de aumentar su fortaleza.

Si la selección natural fuese la fuerza que mueve la evolución, el buey almizclero, con su actitud solidaria, cooperando todos los miembros de las varias familias integradas en el grupo, los más fuertes con los más débiles, progenitores y no progenitores, estaría renunciando a evolucionar en el sentido de conseguir una mayor fortaleza física que le permita enfrentarse con éxito a sus posibles depredadores y, por lo tanto, condenándose a la extinción.

Mediante un error genético, un individuo de buey se dedica a defender a todas las crías de la manada, en lugar de centrarse en la defensa de las suyas propias. Sus crías podrían heredar ese carácter altruista, pero sus posibilidades de sobrevivir y las posibilidades de sobrevivir de sus futuras crías serán menores a las de cualquier otra cría cuyos padres se centran en el cuidado exclusivo de sus crías. Podemos generar un modelo matemático que dada una situación concreta, donde unos determinados individuos colaboren y otros no, estableciendo unos determinados vínculos familiares entre los miembros de la manada, creando un sistema de sanciones y recompensas, la selección natural pueda explicarlo; pero la selección natural no podrá describir la evolución de ese carácter, cómo se inicia y cómo progresa hasta extenderse en toda la especie.

La aleatoriedad del error genético no se puede desprender del imperativo de la supervivencia del más fuerte, únicamente esa asociación puede crear apariencia de evolución. El neodarwinismo sostiene como semilla de la evolución al error genético, y el error genético no puede prescindir de la selección del más fuerte. Así, el neodarwinismo, ante valores antagónicos a esa selección competitiva, como es la cooperación, parece tener una sola salida: negarlos. Surge la irresponsable insensatez de considerar al altruismo como un egoísmo disfrazado, y allí donde no puede demostrarse tal doblez, considerar al altruista como un idiota que está siendo manipulado. ¿Cómo tal absurdos y mezquinos argumentos se propagan en los amplios ambientes neodarwinistas sin el menor sentido crítico? Estamos rodeados de actos altruistas y no es de extrañar que también estemos rodeados de quienes encuentran un camino fructífero manipulando ese altruismo. Pero al probar que existe esa manipulación no se está probando la no existencia del altruismo. La existencia de esa manipulación confirma la existencia del altruismo.

Si tuviéramos que decidir cual es la cualidad que mejor define a la vida, ésta sería, la interacción sin lugar a dudas, la cooperación. El ejemplo del buey almizclero no es ni único ni anecdótico, me atrevo a decir que en todas las especies que se reproducen sexualmente, en mayor o en menor medida, sus individuos cooperan entre sí, aunque también mantengan los más variados tipos de competencia. Y aquellos organismos que no han aprendido a cooperar no han pasado del estadio bacteriano.

Ya en el origen de la vida podemos intuir cooperación (procesos sinérgicos). Supongamos unas moléculas tan simples que solo puedan expresar Si o No, supongamos treinta y dos moléculas con esa misma característica; tendríamos treinta y dos síes o treinta y dos noes, o una sucesión de unos y otros. Ahora supongamos que se deciden a cooperar estrechamente. Tendríamos un conjunto complejo capaz de configurar 4.294.967.296 alternativas. Treinta y dos moléculas simples jamás habrían alcanzado, compitiendo entre sí, la complejidad del conjunto que pueden construir cooperativamente. La selección natural presupondría que una de esas moléculas adquiriría la capacidad de expresar: Sí, No y “tal vez”. Una molécula más capaz que desplazaría a las simples moléculas binarias. No parece que la evolución de la vida responda a este presupuesto.

Si no hubiesen cooperado las células procarióticas no habrían surgido las células eucarióticas, y si no hubiesen cooperado las células eucarióticas tampoco habríamos surgido los pluricelulares. ¿Se puede explicar a los multicelulares como un todo unitario o como un conjunto de unidades compitiendo unas con otras? Los eucariotas jamás se habrían dotado de un ecosistema tan especializado como somos los pluricelulares si no hubiesen abandonado la competitividad sustituyéndola por la cooperación. Vemos la vida, todo un universo evolucionando en cooperación que queda reducido y representado por el sistema depredador-presa. La vida es competitividad y cooperación, y la teoría que aspire a describir su evolución deberá ser capaz de describir procesos competitivos y procesos cooperativos.

Es del gusto de los seleccionistas argumentar en contra de aquellos conocimientos que contradicen sus tesis considerándolos producto, o subproducto, de la ideología de quienes los exponen. Debemos admitir que nuestra ideología, y más concretamente nuestra particular forma de ser, limita nuestros razonamientos. Focaliza nuestros puntos de interés, nos acercamos a cualquier tema, por neutro que parezca, desde una óptica concreta y subjetiva. Por lo que decir que tal argumento o tal tesis es producto de la ideología de quien la propugna, es una obviedad; todos nuestros razonamientos son producto de nuestra idiosincrasia. Los razonamientos se invalidan con razonamientos. El Origen de las especies y el Origen del hombre sólo podían ser escritos por Darwin y El apoyo mutuo por Kropotkin. Y los que nos acercamos a las obras de Darwin y Kropotkin nos mostramos refractarios a los argumentos del uno o del otro y receptivos ante los argumentos del otro o del uno; y esto, fundamentalmente, porque en ambos trabajos se haya un elevado contenido ideológico. Con esto quiero decir que lo importante no es debatir sobre la mayor o menor carga ideológica de los que nos enfrentamos al tema de la evolución, sino lo acertado o desacertado de los argumentos que se expongan.

Soy refractario a la teoría de la selección natural. Pero esto solo sería el principio, esta predisposición mía es la que me ha movido a dudar que la selección natural explique la evolución de la vida. Si al profundizar en el conocimiento de la evolución, la fuerza de los hechos hubieran confirmado la teoría de la selección natural, todo habría acabado ahí, me habría quedado un regusto amargo, pero debería haber admitido que Darwin estaba en lo cierto. Esto no ha sido así, los hechos no confirman que la selección natural sea acertada y, bajo el aparente consenso general a su favor, existe una marejada de fondo movida por científicos que la cuestionan y que cada día es más difícil de silenciar.

En el presente trabajo se da escasa importancia a mecanismos de evolución selectivos. Aunque esos procesos existen, considero que tales procesos están magnificados y mis esfuerzos se encaminarán a intentar desmontar tal magnificación. Pero no se trata de sustituir competencia por mutualismo. Repito, aquella teoría que intente explicar la evolución deberá contemplar ambos fenómenos. Una teoría “mutualista” sería tan desacertada como lo es la teoría seleccionista. Y lo mismo que ésta se ve obligada a negar, ignorar, enmascarar y desvirtuar los procesos mutualistas; la otra se obligaría a hacer otro tanto con los procesos selectivos. Con todo, percibo el gran potencial del mutualismo, de la cooperación; potencial del que carece la competitividad. Y esto no tiene por qué ser una posición ideológica. El cooperativismo puede ser, y de hecho en casos lo es, tan pernicioso como el egoísmo. En muchos casos, cuando dos cooperan, lo hacen para fastidiar a un tercero. La medusa (La fragata portuguesa.) y el pez pastor colaboran entre sí: el pez pastor encuentra cobijo y comida entre los ponzoñosos tentáculos de la medusa; a cambio, sirve de reclamo para que otros peces se acerquen a ella y queden atrapados por aquellos tentáculos que él hizo pasar por inofensivos. No hay que ser muy perspicaz para, en nuestras sociedades, distinguir a medusas y peces pastor. No nos es complicado organizarnos para cooperan desinteresadamente intentando paliar una tragedia allí donde se haya producido; pero tampoco les es complicado ni trabajoso, a unos cuantos, ponernos de acuerdo para masacrar a terceros. Los organismos practicamos el mutualismo y competimos entre nosotros, son procesos detectables en la evolución de la vida al margen de valoraciones éticas.

Desde el seleccionismo se destaca la gran capacidad descriptiva de la selección natural. Se dice que, perfectamente, describe los procesos evolutivos de la vida. Esto no es del todo cierto, la selección natural describe, no la evolución de la vida, sino las consecuencias de tal evolución. Todo proceso tiene como consecuencia que los elementos que componen tal proceso se alterar. Podemos decir que los elementos resultantes en un momento dado del proceso son los más útiles, más capaces, más aptos o, simplemente, más ajustados a los requerimientos exigidos por el propio proceso. Pongamos como ejemplo la evolución del lenguaje. Las palabras son elementos integrantes del proceso. En un principio las palabras eran unas y como resultado de la evolución del lenguaje ahora son otras, unas se han modificado, otras han desaparecido y otras nuevas han surgido. Podemos decir que unas palabras compiten con otras para perpetuarse (ésta sería la visión seleccionista), pero sería más correcto decir que las palabras surgen, se modifican y desaparecen como “consecuencia” de la evolución del lenguaje. La causa de la evolución del lenguaje no es que unas palabras más útiles sustituyan a otras menos útiles; como consecuencia de la evolución del lenguaje, en cada momento de esta evolución, unas palabras se hacen más útiles que otras, unas se usan más que otras, unas surgen por su utilidad y otras desaparecen al dejar de ser útiles. El lenguaje no es hoy más complejo, con un mayor léxico, con unas palabras más descriptivas que ayer porque las palabras hayan competido unas con otras. No es la competencia entre las palabras lo que hace que unas se impongan a otras. Decir que evoluciona el lenguaje porque las palabras más útiles permanecen y las que dejan de serlo desaparecen sería una tautología (ya, ya se que es nombrar a la vicha), y sería tomar las consecuencia por la causa.

La selección natural (su axioma: el más apto desplaza al menos apto; el axioma neodarwinista: un error genético confiere una ventaja a su portador y tal error se impone en la población), no describe la evolución de la vida. Si bien determinadas especies desplazan a otras hasta su extinción (que sería el traslado del axioma seleccionista al nivel de la especie), esto sería lo menos significativo de la evolución de la vida. El axioma seleccionista configura una evolución de la vida donde unas especies se extienden a costa de otras (menos evolucionadas, menos aptas, que no son portadoras de la mutación ventajosa,...) cuando la realidad es que las especies evolucionan para explotar nuevos “territorios”, abriendo caminos alternativos que en la mayoría de los casos no significa desplazar a los organismos preexistentes sino por el contrario también posibilita su expansión. Y, principalmente, las especies no evolucionan porque un individuo de la especie más apto compita con otros hasta desplazarlos, sino porque, aprendiendo a colaborar, individuos de la misma o diferentes especies estrechan esta colaboración consiguiendo una mayor eficacia. Los grandes acontecimientos de la evolución no son producto de la competencia sino de la colaboración, y los organismos resultantes de esa colaboración no ocuparon el espacio de aquellos que no accedieron a tal colaboración sino que conquistaron nuevos espacios propiciando una expansión de la vida (considero como acontecimientos importantes: la simbiogénesis de bacterias para conformarse en células eucariotas y la de las células eucariotas para conformarse en pluricelulares. Considero a estos acontecimientos los hitos más importantes en la historia de la evolución de la vida, ambos propiciaron su expansión y ambos son producto de la colaboración y no de la competencia. En estos, los organismos protagonistas del cambio no desplazaron al resto. Si la extinción de especies es un hecho, también lo es que las arqueobacterias siguen formando parte de la vida).

No pretendo, destacando el mutualismo, que se entable un debate sobre la mayor o menor importancia de la competencia o el mutualismo en la evolución de la vida. Es un debate que, desde la concepción de esta evolución que aquí se presenta, es baldío. Este debate solo adquiere trascendencia cuando se pretende explicar la evolución de la vida mediante alguno de estos dos conceptos. Porque son conceptos excluyentes: si se pretende explicar la evolución mediante la competencia habrá que negar, o subordinar a tal competencia, los casos de mutualismo; y, por el contrario, si se intentase explicarla mediante el mutualismo habría que negar la existencia de competencia.

La concepción de la evolución de la vida que aquí se presenta no es nueva, es heredera de Lamarck. Lamarck a principios del siglo XIX, hace ya doscientos años, formuló la evolución de la vida. En su libro “Filosofía zoológica” describe una evolución de la vida que, como se intentará razonar, se corresponde con la percepción que hoy tenemos de esa evolución y permite describir tanto sus líneas generales como sus manifestaciones puntuales.

Tómese esto como una reflexión para enfrentarnos a la lectura de este ensayo. No se tome esto como un debate sobre el binomio antagónico competencia-mutualismo. Aparquemos la rigidez del pensamiento seleccionista y exploremos hasta donde puede llevarnos una visón de la evolución más abierta en la que no sea necesario encontrar en cada acontecimiento la causa de la competencia entre individuos. Veamos a donde nos puede llevar una visión de la vida donde los individuos, las especies que no solo son útiles para ellos mismos sino útiles para el conjunto de la vida se hacen imprescindibles, perduran.


Selección natural: ¿predictiva o descriptiva?

Una teoría científica demuestra sus bondades por su capacidad predictiva, adquiere solidez cuando una vez formulada, posteriores conocimientos vienen a confirmarla.

El Geocentrismo, aun partiendo de un error fundamental —el Universo no gira alrededor de la Tierra—, describía a la perfección las observaciones del Universo que en aquellos tiempos podían realizarse. La teoría, en principio, describía lo que era fácilmente observable: que las estrellas, y los planetas considerados como otras estrellas, giran alrededor de la Tierra. El principio de que la Tierra era el centro del Universo describía la realidad observada. Pero comenzaron a surgir “pequeños contratiempos”: determinadas estrellas no respondían exactamente al modelo, seguían unas trayectorias erráticas, al margen de su movimiento alrededor de la Tierra parecía que tuvieran movimiento propio. Tolomeo resolvió el problema agregando tantas esferas como estrellas se salieran del modelo geocentrista y propuso que esas estrellas giraban en el interior de esas esferas: los llamados epiciclos. Mediante este sistema describió las observaciones que se realizaban sobre Venus, Marte, Júpiter,…; y mediante excepciones se habría podido describir casi cualquier realidad que se apartase del modelo.

El geocentrismo agregó tantos epiciclos como necesitó para justificar el modelo. Me imagino que para los geocentristas el definir un nuevo epiciclo, no solo no les haría dudar de la teoría, sino que, por el contrario, les llevaría a reafirmarse en el modelo pues cada vez era capaz de describir la realidad con mayor exactitud.

El Geocentrismo, quizá la teoría científica más perdurable por el momento, describía el resultado de las observaciones, que en los tiempos en que se formuló, podían hacerse del Universo. Y cuando las observaciones se ampliaron, éstas no vinieron a confirmar el modelo, sino que el modelo fue adaptándose a estas nuevas observaciones.

El Darwinismo, en este aspecto, guarda una perfecta analogía con el Geocentrismo. Darwin observó que los organismos evolucionaban y aportó una explicación a esa evolución tal y como él la observaba. Posteriormente se han ido sumando nuevos conocimientos que no se ajustan al modelo de la selección natural y, ésta, ha tenido que ir adaptándose a esos nuevos conocimientos. A la SN se le han ido sumando tantos epiciclos como ha sido necesario para justificar las nuevas observaciones. Los darwinistas, a estas contradicciones que van surgiendo, las llaman “retos”; retos a los que la teoría se va enfrentando, y a cada reto resuelto —esto es, a cada nuevo epiciclo agregado— tienen la convicción de que la teoría de la selección natural sale fortalecida.

La selección natural carece de poder predictivo, como el geocentrismo, su carácter es descriptivo —. Describe que los organismos evolucionan para adaptarse, o adaptándose, al ambiente. El resultado de tal evolución es que los organismos actuales estamos más adaptados al medio que nuestros antecesores, o como gusta decir a los seleccionistas: los más aptos han desplazado a los menos aptos—. Pero existe una sustancial diferencia entre geocentrismo y darwinismo. El geocentrismo ha sido una teoría que, al margen de su error, ha descrito a la perfección (alcanzable en aquellos tiempos), y durante milenios, el Universo. Ha sido muy provechosa y gran parte nuestro conocimiento actual del Universo se lo debemos al geocentrismo. Estableció unas leyes objetivas que permitieron describir el Universo con una extraordinaria exactitud. No puede decirse lo mismo del darwinismo que describe la evolución desde una óptica subjetiva, limitada al sistema depredador-presa, propiciado una equivocada concepción de la vida que se ha demostrado de consecuencias nefastas.


La selección natural como teoría

Lo menos que se le puede pedir a una teoría científica es un desarrollo univoco, al menos no contradictorio. Transcurridos ciento cincuenta años desde su formulación, hoy, a la selección natural no se la puede considerar como una teoría; más bien es un cajón de sastre en el que todo cabe. Aparentemente la situación actual del seleccionismo sería esta: una corriente mayoritaria, el neodarwinismo, que es la heredera del darwinismo y, al margen de esa mayoría, otras minorías que expresan otras formas concretas de entender la selección natural. La realidad no es tan concreta: el neodarwinismo formuló unos puntos muy concretos y se supone que los neodarwinistas, al menos en esos puntos, estarían de acuerdo; pero no es así. Creo que sería muy difícil encontrar a dos neodarwinistas que estuvieran de acuerdo en los cuatro o cinco aspectos básicos del seleccionismo. Estarán de acuerdo en unos, pero diferirán en otros. No es que el neodarwinismo haya resuelto unos conceptos y mantenga otros con ciertas reservas; cualquier concepto puede ser objeto de discrepancia. Por ejemplo: un neodarwinista ortodoxo aceptará la aleatoriedad, sin más consideraciones, como la causa de los errores genéticos que sirven de semilla a la evolución; otros opinarán que los errores genéticos no son del todo aleatorios, que la naturaleza impones sus reglas y estos errores tienen ciertas restricciones, y como se observa una direccionalidad en los cambios, opinarán que los errores se ven de algún modo encauzados y siguen una cierta dirección (las constricciones de Gould, por ejemplo. Eso sí, en todos los casos procurarán dejar muy claro que no se trata de ningún tipo de ortogenia). Unos opinarán que la selección se da en el ámbito individual y no en el de grupo, mientras que otros opinarán que la selección también se da en el ámbito del grupo y otros terceros intentarán explicar los casos que escapan a la selección individual mediante una selección de grupo constreñida en el ámbito de la familia. La SN exige que el cambio sea adaptativo, más concretamente que su portador adquiera una ventaja biológica que le proporcione una mayor capacidad reproductora, sólo así puede justificarse que el cambio, el error, se extienda en el grupo; pero como la realidad confirma la existencia de cambios que no reportan una ventaja clara a sus portadores, por lo que no podría atribuírsele unas mayores posibilidades de supervivencia y reproducción, surgen conceptos como “deriva genética” o “teoría neutral”. Los neodarwinistas se opones a los saltos bruscos en los cambios ( o se oponían), puesto que esta es una corriente contrapuesta al neodarwinismo, pero podremos encontrar neodarwinistas que acepten como posibles estas mutaciones bruscas. Mas concretamente, podremos encontrar a neodarwinistas que opinarán que la evolución se produce mediante pequeños y continuados cambios operando en la mayoría de la población, mientras que otros opinarán que se produce mediante cambios no tan pequeños en grupos de la periferia de esa población, en grupos reducidos y suficientemente aislados; otros resuelven que los cambios no pueden ser ni excesivamente pequeños, ni excesivamente grande; y no faltan los que opinan que la evolución es una mezcla de todo: de cambios grandes y cambios pequeños, de cambios en el conjunto de la población y de cambios en la periferia, en pequeñas poblaciones aisladas.

Hace ya mucho tiempo que se enunció la dificultad que suponía que determinados caracteres evolucionaran valiéndose de la variabilidad poblacional. El problema podría resumirse así: un determinado carácter, por ejemplo la talla, podría valerse de la variabilidad que se encuentra en las poblaciones, los hay de mayor y menor talla, entonces se podría evolucionar en el sentido de aumentar la talla, pero nunca se podría sobrepasar la talla máxima de esa variabilidad (si el de menor talla mide 1,40 y el de mayor talla 2,10, podría admitirse que en el futuro, todos, midieran 2,10, pero nunca 2,11) Como la realidad contradice esto y hay que encontrar una explicación se incorporó, con mayor o menos existo, el concepto de: fluctuaciones. Se supone que las fluctuaciones no son aleatorias se dan en un segmento muy concreto del ADN, por ejemplo el que controla la talla, sobre ese segmento y sobre todos los que controlen caracteres en los que se observe esta dificultad se darán estas fluctuaciones —el método es el siguiente: se observa que la talla, en numerosas especies, aumenta de manera imperceptible; se formula las fluctuaciones; se vuelve a la observar la evolución de la vida y se confirma que la talla aumenta paulatinamente en numerosas especies, lo que a su vez confirma que las fluctuaciones describen la realidad.

Otro problema es que, aun con las fluctuaciones, si en una población se produce una mutación genética, por ejemplo en una población de morenos surge un rubio, en muy pocas generaciones el carácter rubio habrá desaparecido. No importa, esto puede explicarse mediante el aislamiento del portador del carácter en un reducido grupo endogámico, y como se supone que tal carácter es fundamental para la adaptación al ambiente, ese grupo con el tiempo desplazará al grupo mayoritario. Esto puede demostrarse matemáticamente.

La mayoría de las polémicas en el torno darwinista son circulares y no se resuelven porque las posiciones deben adoptarse por descarte de otras posiciones: los que defienden el gradualismo no lo defienden porque exista un modelo selecionista-gradualista consistente, sino porque tienen la percepción de que la realidad es gradualista, y observan que el saltacionismo no hay modo de formularlo; y los que defienden el saltacionismo lo hacen porque no encuentran la manera de aplicar la SN en un modelo gradualista. De este modo, una y otra postura carece de argumentos positivos para convencer a la postura contraria. Al cabo del tiempo, los gradualistas deben aceptar que pueden darse casos en los que se den cambios más o menos drásticos, no por la bondar de los “saltos”, sino como medio de parchear el gradualismo); y los saltacionistas admitir que el gradualismo también es posible.

En este mar de aportaciones podemos encontrar a un neodarwinista que opinará que:

...en los variados grupos de organismos hay, además de la acción de la omnipresente selección natural, diferentes proporciones de saltos evolutivos (a escala geológica, no sé si a la escala de una generación), de selección de grupo al modo de Wright (interdémica) o al modo del equilibrio puntuado (entre especies), de exaptaciones, y, quién sabe, tal vez hasta un poco de «efecto Baldwin». Y en la medida en la que se encuentren caracteres que no son adaptativos, o no lo parezcan, habrá que ver qué mecanismos, como la deriva genética, han intervenido en la evolución del grupo. Porque los caracteres que resultan de la actuación de la selección natural siempre, por principio, son adaptativos. Y pese al «uniformismo» que Darwin heredara de su maestro el geólogo Charles Lyell, no todos los cambios de la naturaleza son graduales, y a veces se han producido en la historia de la Tierra catástrofes de gran influencia en la historia de la vida.

No es aceptable, desde luego, la idea de la mutación dirigida, que explicaría la ortogénesis o evolución rectilínea, pero no cabe duda de que existen constricciones evolutivas (por razones de viabilidad del genotipo, del fenotipo o del desarrollo) que condicionan su curso y lo encauzan, y éstas también son un importante campo de investigación.

Si no estoy muy equivocado, cada paleontólogo tendrá entonces que descubrir en su particular tipo de organismos el papel de cada uno de estos factores en la historia evolutiva del grupo en cuestión. Pero si me equivoco, junto con muchos otros paleontólogos, y al ampliarse el registro fósil observamos que todo el problema puede reducirse al mecanismo que propone el neodarwinismo.

Juan Luis Arsuaga (2001) “EL Enigma de la Esfinge”.

Cada darwinista tiene su propio modelo de cómo se desarrolla la evolución que él en concreto se ha construido y que estará dispuesto a modificar según en que aspectos se vea contradicho.

Parece imposible demostrar que la selección natural no es el motor de la evolución; no porque se trate de una teoría sólida, sino por todo lo contrarío. Porque aunque se demuestre que los errores aleatorios no pueden ser la semilla de la evolución, no se puede demostrar que no existan “las fluctuaciones” que al no estar definidas no tienen contestación, y mediante su conveniente modelación podrían justificar una fuente seudoaleatoria de los cambios: aunque se demuestre que errores aleatorios no pueden ser la fuente continuada de la evolución, no se habrá demostrado nada. Si se logra demostrar que la realidad de la evolución no se corresponde con un modelo de selección individual, que es el principio fundamental de la SN y que su refutación debería conducir al la refutación de la teoría, tampoco se conseguirá nada, lo único que se logrará es que el porcentaje de los que creen posible la selección de grupos aumente. Y así se podría continuar punto por punto: si se es especialmente hábil en demostrar la imposibilidad de que la SN se produzca mediante una evolución paso a paso, aumentará el número de los que crean en los monstruos viables; pero si, por el contrario, se logra exponer claramente la inviabilidad de los monstruos viables, aumentará el número de los que rechacen tal idea. Como se ve, todo muy complejo; el seleccionismo es como una sopa de letras en la que cada uno escoge la combinación que más le satisface, si se demostrara que tal combinación no es posible, sin salirse del marco darwinista, podría escogerse otra. En todo caso, a los darwinistas aún les queda un último argumento:

El darwinismo no tiene por qué explicarlo todo, tampoco teorías tan sólidas como la teoría de la gravitación lo explican todo.

Juan Luis Arsuaga (2001) “EL Enigma de la Esfinge”.


Doctrina, teoría científica y duda

Se comprende que entre doctrina dogmática y teoría científica hay una clara diferencia: la doctrina dogmática no admite la duda, mientras que sobre las teorías científicas debería siempre planear la sombra de la duda. Esta es la única forma de que una teoría científica no se convierta en un dogma: reservando siempre un espacio para la duda. Pero esto, que enunciado parece fácil, es difícil de mantener. Tenemos una tendencia natural a convertirlo todo en dogma, y el principio de la duda es difícil de mantener, por mucho que nos esforcemos en exteriorizar que todas las teorías son susceptibles de revisión, de refutación, estas teorías van adquiriendo un mayor peso con el paso del tiempo dejando de ser teorías para convertirse en dogmas. Por eso, tan importante como conocer determinadas teorías, es comprender y practicar la duda científica.

La duda debe servir para mantener bajo sospecha todas las teorías, por sólidas que parezcan. Este es el principal mecanismo efectivo para adquirir nuevos conocimientos; porque, en la mayoría de los casos, estos nuevos conocimientos contradicen otros anteriores y si no se ha mantenido la duda sobre ellos será imposible desplazarlos por nuevos conocimientos. Esto parece claro, de hecho es muy difícil que un científico, en sus exposiciones, no exprese un sinfín de dudas sobre diferentes aspectos de la ciencia. Pero la realidad es que todo nuevo conocimiento, para abrirse paso, primero debe enfrentarse al conocimiento anterior convertido en dogma. El dogmatismo en muchas ocasiones recorre caminos sinuosos y nos juega malas pasadas. Nuestra tendencia al dogma puede encontrar resquicios por donde manifestarse aun sin ser nosotros mismos conscientes de ello.

Arsuaga, como buen científico, en El enigma de la esfinge nos dice: “Los dogmas de fe no son nuestra especialidad”. Aunque en el párrafo siguiente pueda leerse: “Pero ante la alarma social producida al descubrirse que Darwin no lo dijo todo […] se impone parar aquí y poner coto a la duda, agarrando al toro (o al diablo de la duda) por los cuernos”. Mala definición de duda para alguien que considera que la ciencia no es dogma y por lo tanto se supone que él mismo mantendrá dudas sobre las más sólidas teorías. Es incompatible mantener que la ciencia no se edifica sobre dogmas y considerar que la duda sobre una teoría causa alarma social y definir a la propia duda como el diablo de la duda. Demonizar la duda, como demonizar a quienes plantean esa duda, es propio del pensamiento dogmático.

Retomemos el argumento: “Una teoría tan sólida como la ley de la gravitación universal (es la favorita del seleccionismo para poner como ejemplo) plantea dudas que no se han resuelto. ¿A quién, pues, puede extrañarle que la selección natural plantee dudas parecidas? Esto es construir un paralelismo interesado. Lo que se pretende con tal paralelismo es minusvalorar las dudas que plantea la selección natural, que son muchas, equiparándolas con las pocas que provoca la ley de la gravedad; y sobrevalorar su aceptación y solidez equiparándola con una teoría que mantiene una amplia aceptación y solidez. La ley de la gravedad es sólida y plantea pocas dudas, la selección natural es una teoría endeble y que plantea muchas dudas.

El principio de la duda sirve para posibilitar la revisión de las teorías, no para defenderlas. Defender una teoría, frente a las dudas que surjan contra ella, esgrimiendo que sobre todas las teorías, por sólidas que sean, existen dudas, es una vuelta de tuerca más del dogmatismo. La esencia del dogma es que no admite la contestación. La forma de dogma tradicional es aquella en la que se nos dice que una determinada proposición es innegable por su absoluta certidumbre. En esta nueva forma de dogma no se nos pide que aceptemos la proposición como cierta, se admite que puede no serlo, pero es igualmente innegable porque no existe conocimiento sobre el que podamos poseer tal certidumbre. Esto es la corrupción del principio de duda y convierte a cualquier teoría en incontestable.

Thomas Henry Huxley, principal promotor del darwinismo en el siglo XIX, defendía la teoría de la selección natural de este modo: “Si alguien te ofrece una linterna semiapagada y titubeante en una noche oscura, ¿la rechazarías alegando que da mala luz? Ciertamente, en la oscuridad, un principio de luz es deseable. Pero han pasado más de 100 años desde que Huxley pronunciara tal frase y aun hoy la selección natural sigue siendo una linterna de luz titubeante.

«Agujeros» y cuestiones. Es innegable la existencia de «agujeros» y cuestiones en la teoría evolucionista (como los hay en la física de partículas), lo cual es normal en una ciencia que goce de buena salud. Thomas Henry Huxley pidió en cierta ocasión a sus estudiantes que se imaginaran perdidos en el campo en una noche ciega, sin pistas para reconocer el camino. Si alguien les ofreciera una linterna semiapagada y vacilante, ¿la rechazarían basándose en que su luz era imperfecta? «Creo que no -dijo Huxley-, creo que no.»

Milner, Richard. Diccionario de la evolución. Barcelona. Biblograf, 1995.


Este argumento fue utilizado por Thomas Henry Huxley a finales del siglo XIX para defender la SN. Aun hoy, en el siglo XXI, es invocado y utilizado por los que defienden la SN. El que después de más de un siglo se tenga que recurrir a este y a otros argumentos parecidos ya nos habla de los progresos que se han alcanzado en el desarrollo de la SN. Pero ¿qué posibilidades dejamos a la duda con argumentos como este?: “Ya sabemos que es una linterna semiapagada y titubeante; pero bueno, nos puede valer, no me vengas con dudas, no me digas que me deshaga de ella”. O con argumentos como: “Sabemos que la SN no lo explica todo, pero tampoco lo hacen teorías tan sólidas como la teoría de la gravitación”. Por eso precisamente deberemos mantener la duda sobre la teoría de la gravitación, porque no lo explica todo, y aunque lo explicase deberíamos seguir manteniendo la duda. Con este argumento lo que se hace es utilizar la duda para argumentar a favor de la teoría sobre la que existen dudas, para lo contrarío de lo que debería servir: el principio de la duda está para plantear dudas no para justificarlas. Y el interesado paralelismo selección natural-gravitación, intenta otorgar a la SN la misma solidez que posee la teoría de la gravitación, algo que no se corresponde con la realidad. Es una perversión, es una vuelta de tuerca más en el dogmatismo: “Aunque existan dudas sobre una determinada teoría, puede asegurarse que la teoría es correcta, sobre todas las teorías existen dudas”1 . La duda, instrumento para evitar el dogmatismo, se convierte en su mejor aliado.

Y es que me temo que la SN se mantiene, no por el convencimiento de que sea una teoría correcta, sino como método para enfrentarse al creacionismo y al evolucionismo teísta. Existe una soterrada batalla, y no tan soterrada, que enfrenta a ciencia y religión. El enfrentamiento entre creacionistas y darwinistas no es un enfrentamiento entre dos diferentes concepciones de la historia de la vida, es un frente en el que, con independencia de la importancia de las posturas a defender, ambos bandos concentran toda su artillería con la esperanza de que ganando esas posiciones al enemigo, la batalla se decantará a su favor. Así, es que el darwinismo puede admitir “herejías”, pero las justas, nada que pueda poner en peligro sus posiciones frente al enemigo.

Y sin salirme del jardín continúo: desde posturas neodarwinistas en el siglo XXI se acusa a los defensores del creacionismo de: fanáticos, oscurantistas, reaccionarios, ignorantes e intolerantes. Me parece que no son calificativos demasiado meditados, no pienso que nos encontramos ante la defensa de ninguna teoría científica. Y si el creacionismo es la bestia negra a derribar, las teorías evolucionistas teístas son unas de esas herejías inaceptables. Pero si el creacionismo no es en estos momentos una teoría aceptable, puesto que la realidad lo contradice, han sido numerosos los filósofos que repugnándoles la idea de la SN y convencidos de que la SN no podía ser el motor de la evolución, entre otras cosas porque tenían la convicción de que la propia vida lo contradecía, que la vida no es la ley del más fuerte, encontraron en el evolucionismo teísta, el lamarckismo y otras alternativas, frentes desde donde oponerse a esa selección individual que muy probablemente consideraban inhumana. Conocida la historia del siglo XX, si un día se demostrara que la SN es una teoría errónea, no sería yo el que me opusiese a quienes decidieran levantar un monumento a estos científicos, filósofos o como despectivamente quieran calificarles los neodarwinistas.

Una teoría no puede defenderse como contestación a otra, debe fundamentarse en los propios argumentos que emanen de esa teoría. Y no debe pervertirse el principio de la duda para defender una teoría.

2005. introducción inacabada

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